La industria del contrabando francés en España
floreció en otro tiempo en nuestra frontera. Los vascos se han distinguido
siempre por su coraje, su sangre fría y su habilidad y las proezas de
los Arkaitza, Emparan, Artola y tantos otros célebres contrabandistas
se han hecho famosas a ambos lados del Bidasoa.
La industria del contrabando se ejerce de tres formas en nuestro territorio:
por tierra, por agua, de
gran día.
Contrabando por tierra
El contrabando por tierra está cuajado de toda suerte de peligros.
Las tropas de contrabandistas se componen generalmente de diez a doce hombres,
todos ellos jóvenes de entre 20 y 25 años, con nervios de acero.
Situados en fila india, y precedidos por guías que conocen a fondo los
mínimos detalles del terreno, caminan silenciosamente aprovechando las
noches más oscuras, y recorren grandes distancias por los senderos más
escarpados de la montaña con su carga a la espalda. Al menor signo de
encuentro, los guías dan la voz de alarma. En ocasiones una emboscada
les espera en el sendero y una oleada de proyectiles de los aduaneros silban
alrededor de los expedicionaios. Es un puesto de carabineros situado gracias
a una denuncia.
Los porteadores no responden. En un santiamén desaparecen en la montaña
con sus cargas, para reencontrarse lejos de allí en un lugar acordado.
Para cuando los carabineros intentan perseguirlos, ya no hay contrabandistas.
El contrabandista vasco es pacífico. Jamás ataca a los aduaneros.
Pero, ¡ay del aduanero si persigue al contrabandista y se le enfrenta!
Se produce un cuerpo a cuerpo terrible y el aduanero cae mortalmente herido.
Contrabando por agua
Las expediciones por vía acuática son siempre peligrosas. Normalmente,
se realizan
en canoas planas como un pez sobre las aguas del Bidasoa. La noche es sombría.
En poco tiempo las embarcaciones llegan a buen puerto y depositan su carga en
buenas manos. Sin embargo, a veces les acoge una descarga que parte de la ribera
vecina. Son los carabineros desempeñando su labor.
En el río, guardado por embarcaciones de aduaneros, no existe la posibilidad
de esconderse. Los expedicionarios sorprendidos deben abandonar frecuentemente
su carga. Nadie en Hendaya ha olvidado la divertida historia de los treinta
barriles de vino espirituoso abandonados en el Bidasoa que fueron conducidos
triunfalmente a la aduana y que, una vez examinados, resultaron contener...
agua pura. No hubo forma de consolar al capitán.
Contrabando de gran día
Los vascos están dispuestos a pagar derechos por un artículo comercial
que importen, pero no comprenden que el Estado grabe con tasas exorbitantes
los vestidos y objetos de aseo de uso personal. En las provincias vascas las
familias más honorables, las más afortunadas consideran un deber
cruzar la frontera y vestirse con las artículos de confección
que les envían desde París. Y es un espectáculo curioso
ver frecuentemente en Hendaya a grupos de elegantes damas y bellas señoritas
que llegan por la mañana con flores en el cabello y que regresan con
magníficos sombreros. Es un medio simple, práctico, inofensivo,
de esquivar la ley de aduanas. En efecto, nada prohíbe vestirse con un
traje soberbio y un sombrero florido.
No hace mucho, una gran familia de San Sebastián encargó con motivo
de una boda tres trajes completos en París. El montante a pagar en la
aduana habría ascendido a más de 4.000 francos. La prometida y
sus amigas íntimas no dudaron un instante. Fueron a pasar el día
en Hendaya en un carruaje tirado por cuatro caballos y volvieron al atardecer
revestidas con sus magníficos atuendos nuevos. Cuando el carruaje se
detuvo en la aduana, el agente no pudo por menos que exclamar: "¡Pero
todo esto, señoras, es absolutamente nuevo! -¡Oh!¡Lo más
nuevo que hemos encontrado! Repusieron riendo las bellas viajeras. ¿No
querrá usted que después de haber encontrado todas estas cosas
maravillosas en Hendaya volviéramos con nuestros trajes pasados de moda?
–Es justo, señoras, respondió el agente, apesadumbrado por
dejar escapar una cuenta de 4.000 francos; ¡Pasen, señoras, están
en su derecho!"
Contrabandistas notables
Entre los contrabandistas marítimos hay que citar a Arkaitza, muerto
en pleno río por una bala de los aduaneros, y al no menos célebre
Joaquín. Este último, sorprendido en el río con un cargamento
de café y custodiado en su barco por un carabinero armado hasta los dientes,
saltó de improviso sobre su guardián, lo desarmó, lo arrojó
al río y recuperó su cargamento que valía más de
10.000 francos.
Durante la última guerra carlista tuvo lugar cerca de nuestra frontera
un verdadero combate entre un grupo de contrabandistas navarros que escoltaban
un convoy de café y cacao, y un puesto de carabineros comandados por
un sargento. El sargento en cuestión había recibido 20 onzas de
oro por dejar pasar el convoy. Pero en un momento dado, en un lugar desierto
y con la idea de aumentar su prima, ordenó una descarga de fuego sobre
el convoy. Los contrabandistas irritados por este acto de deslealtad, se enfrentaron
con los asaltantes usando armas blancas. Una hora después se encontraron
sobre el cadáver del sargento las 20 onzas de oro en una bolsa de seda
verde.
¿Es el contrabando un delito?
El contrabando no es sino un delito de convención, que no supone en sí
mismo nada inmoral. Sólo las leyes fiscales lo hacen punible.
Para los vascos el contrabando es una acción inocente y natural, tanto
más natural por cuanto las fronteras no son generalmente más que
límites ficticios que separan un país de otro, y que frecuentemente
el establecimiento de sus límites no es más que una aplicación
del pretendido derecho del más fuerte.
Un obispo, consultado por un contrabandista escrupuloso, respondió que
el pecado de contrabando no existe. La religión no reprueba más
que la corrupción en el momento de guardar la frontera. Fuera del caso
de corrupción, no hay pecado.
Fraternidad y solidaridad de los vascos
El sentimiento del país natal, de sus montañas, prevalece entre
los vascos por encima de cualquier otro.
A ambos lados del Bidasoa los vascos no forman sino una y la misma familia.
Sus recuerdos, sus costumbres, sus necesidades, sus intereses son comunes.
Cuando se trata de ayudarse, tienen un mismo corazón, una misma alma,
un mismo pensamiento. Son capaces de cualquier sacrificio.
Jamás se podrá convencer a un vasco de que no tiene todo el derecho
de intentar sustraer los artículos de primera necesidad del pago de tasas
que consideran injustas.
En una palabra, no conocen más que las reglas de la moral y los preceptos
religiosos. Sólo sientetn el deber de observar aquellas reglas y estos
preceptos.
Conclusión
Soy librecambista.
No puedo admitir que después de haber inventado el telégrafo,
el teléfono, las vías férreas, nos encerremos en nuestras
casas como en prisiones.
No puedo admitir que después de haber cantado las excelencias de la expansión
industrial, la fraternidad de los pueblos, elevemos sobre nuestras fronteras
barreras aduaneras altas como montañas.
El progreso, la civilización no consisten en rodearse de una infranqueable
muralla, en separar mediante oficinas de aduana a pueblos que se aman, que mantienen
transacciones muy activas y que forman, como en los Pirineos, una sola y la
misma familia.
"La Tradition au Pays Basque: Ethnographie - Folk-Lore - Art populaire - Histoire - Hagiographie" Elkar Argitaletxea-1982